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Créditos de carbono: ¿los árboles que no dejan ver el bosque?

Para reducir su impacto climático, las empresas pueden generar “créditos de carbono” financiando, entre otros, proyectos que impiden la explotación de bosques amenazados por la deforestación. Sin embargo, la eficacia de este mecanismo sobre el clima aún no ha quedado demostrada.

Por Tin Fischer (*)

El valor de un árbol talado es fácil de cuantificar: el precio de la madera alcanza actualmente unos 350 dólares. ¿Pero cuál es el precio de un árbol en pie? ¿Cómo calcular su aporte a la biodiversidad, al clima, a la vida humana y la agricultura? Un bosque proporciona refugio a las aves, retiene el carbono, mantiene el frescor y regula las precipitaciones. Pero los servicios ecológicos que el bosque proporciona son difíciles de evaluar. De ahí que surgiera una nueva idea.

En la conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima, que se celebró en Montreal (Canadá) en 2005, una propuesta conjunta de Papúa Nueva Guinea y Costa Rica se abrió paso: partiendo del supuesto de que los países en desarrollo “eran poco favorables a impedir la deforestación” porque era “imposible extraer ingresos de los bosques intactos”, la propuesta sugería “una evaluación más completa del valor” de esos bosques. Dicho de otra forma, la moción proponía fijar un precio a los árboles en pie.

Lógica del mercado

No hay mercado en el que coticen la sombra de los árboles o los nidos de los pájaros. Sin embargo, en 1997 el Protocolo de Kyoto creó un mercado de emisiones de carbono que los países podrían intercambiar en forma de “créditos de carbono”. Las emisiones de CO2 podrían así compensarse si otros Estados se comprometían a reducir sus emisiones construyendo, por ejemplo, una central de energía renovable.

«No hay ningún mercado para la sombra de los árboles o los nidos de los pájaros»

La idea, polémica desde el principio, consistía en aplicar a los bosques una lógica de mercado. Los bosques naturales existentes no absorben más carbono suplementario; generan créditos por el simple hecho de haber evitado nuevas emisiones. Por lo tanto, había que calcular lo que le habría ocurrido al bosque si no se hubiera protegido. También era preciso garantizar que ese bosque seguiría intacto y que iba a continuar almacenando el carbono compensado durante décadas, igual que lo haría una instalación de energía eólica o solar.  

Hasta el día de hoy, los principales organismos de certificación como el Gold Standard, no reconocen los créditos de carbono ‘por deforestación evitada’ y los Estados, por su parte, tratan de no recurrir a ellos. Esos créditos nunca se incorporaron al mercado establecido por el Protocolo de Kyoto. Pero en 2006, una organización denominada Verra, con el apoyo de agentes del sector privado, decidió normalizar esos créditos forestales mediante la implantación de un conjunto de reglas que permitían predecir a través de estadísticas qué ocurriría con un bosque que no estuviera protegido. En particular, Verra puso en marcha un “sistema de seguros” para responder al asunto de la permanencia. Supongamos, por ejemplo, que un bosque que ya hubiera generado créditos fuera destruido por un incendio. Todo el carbono almacenado por el bosque queda liberado en la atmósfera, pero puede ser compensado con créditos procedentes del seguro. De ese modo, los créditos conservan su valor.

Así, se estableció un precio unitario para cada árbol en pie, finalmente convertido en recurso mercantil, sobre la base de complejas estadísticas. Lo que en realidad se negociaba era un pedazo de papel, un dato introducido en una base informática que confirmaba que un escenario hipotético no había ocurrido.

Un recurso floreciente

Desde entonces, se han llevado a cabo proyectos de protección de bosques en algunos países en desarrollo como Perú, Congo o Indonesia. Hoy existen unos 90 en todo el mundo. Algunas de estas iniciativas están coordinadas por organizaciones y entidades medioambientales, y otras por empresas privadas. La protección de los bosques se ha convertido en un asunto de mercado.

“La protección de los bosques se ha convertido en un asunto de mercado”

Al menos, eso es lo que parece. Al principio, los créditos de carbono, destinados a rebajar la temperatura de la Tierra, no lograron el efecto previsto. La demanda del mercado era modesta. Se suponía que las empresas comprarían los créditos para compensar sus emisiones, pero la presión política y pública era escasa.

Tras la huelga climática iniciada en 2018 por la activista sueca Greta Thunberg, el movimiento a favor del clima cobró impulso y las compensaciones voluntarias de carbono se transformaron rápidamente en un recurso floreciente. Empresas de todos los sectores querían alcanzar la neutralidad climática o, al menos, demostrar que hacían un esfuerzo para lograrlo. Muchas de ellas recurrieron entonces a los créditos por ‘deforestación evitada’. En 2021, esos créditos representaban casi un tercio del mercado voluntario del carbono, un sector que desde entonces se valora en 1.000 millones de dólares.

Conflicto de intereses

Ahora bien, estos proyectos, ¿reducen realmente la deforestación? Thales West, científico ambientalista y profesor adjunto de la Universidad Libre de Amsterdam, comparó una muestra de bosques protegidos con otra de zonas forestales de características similares, pero no amparadas por los créditos de carbono. Yo formé parte del equipo de periodistas de The Guardian, Die Zeit y SourceMaterial que en esa época analizó los resultados obtenidos por West. El análisis reveló que el 94% de los créditos de los proyectos examinados eran inútiles para el clima. Resultaba evidente que los proyectos tenían tendencia a exagerar las hipótesis sobre cuál sería el destino de esos bosques.

“El 94% de los créditos de carbono de los proyectos examinados eran inútiles para el clima”

En mi opinión, el error de evaluación tenía una explicación muy sencilla: cuando se calcula el valor climático de los “bosques vírgenes”, ninguno de los interesados desea que las cifras sean demasiado bajas. Quienes protegen los bosques desean generar el mayor volumen posible de créditos. Quienes compran los créditos, quieren obtener el mayor rédito posible de ellos. Quienes median en la transacción reciben una comisión sobre cada crédito. La propia naturaleza de ese producto virtual conduce a una situación extraña, en la que todos los participantes -vendedor, revendedor, organismo de regulación y comprador- están interesados en inflar las cifras. Y eso fue exactamente lo que ocurrió.

Inventarios forestales

Un nuevo marco político, que está a punto de entrar en vigor, podría aportar la solución a este conflicto de intereses. Tras el Acuerdo de París sobre el Clima, suscrito en 2015, cada país está invitado a definir sus objetivos en la materia. Para esto, entre otras medidas, debe establecer inventarios forestales y cuantificar el grado de deforestación. Si los proyectos de protección forestal quieren producir créditos de carbono verosímiles, tendrán que dirigirse a una entidad medioambiental del Estado y pedir que esos créditos se sustraigan de la contabilidad nacional del carbono. Esta medida podría hacer que, finalmente, entre en la ecuación un agente que tiene un interés natural en que el número de créditos otorgados a cambio de los bosques incólumes se mantenga relativamente bajo: nosotros, la sociedad, a través del Estado.

Del lado del mercado, existen hoy innumerables start-ups e iniciativas destinadas a establecer cálculos más fiables sobre los proyectos forestales. La utilización de tecnologías digitales podría permitir a los propietarios de bosques pequeños convertirlos más fácilmente en proyectos de créditos.

Pero ¿por qué eliminar el carbono?  En su sátira distópica “Venomous Lumpsucker”, el novelista británico Ned Beauman imagina un mundo en el que las empresas podrían adquirir “créditos de extinción” que les darían el derecho a “aniquilar cualquier especie sobre el planeta”. Cada daño infligido a la naturaleza puede compensarse en un juego sin ganadores ni perdedores. Esta ficción tiene parte de realidad. Otra idea sería la de cuantificar la mejora de los hábitats naturales mediante “créditos de biodiversidad”. ¿Los nidos de pájaros en los árboles? Quizá podrían convertirse en un recurso también.

Leer también: Bosques y clima: intereses en juego (El Correo de la UNESCO, diciembre 1999).

(*) Tin Fischer es periodista en Berlín, Alemania. Este artículo fue publicado en la Revista El Correo de la Unesco, Julio 2023.