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Jane Goodall: “Mi próxima gran aventura va a ser morir”

Son pocas las personas en el mundo occidental que no han visto o escuchado alguna vez sobre Jane Goodall. La chica que dejó su vida en el Reino Unido para vivir sola con chimpancés. Para observarlos en un sitio remoto en Tanzania. Es también la mujer que a sus 90, viaja 300 días por año y que apenas ve a su familia.

Con casi cuatro décadas viviendo de país en país, durmiendo en hoteles y dando conferencias, la famosa etóloga británica está tan lejos de la selva como de su hogar en el Reino Unido. “Me gustaría volver y estar tranquila, pero no tengo tiempo. No puedo parar”, confiesa en conversación con el diario La Nación.

La razón es que tiene una misión, una que sin darse cuenta comenzó cuando decidió mudarse a África para cumplir su sueño de conocer de cerca al primate más parecido al ser humano.

Con 26 años, binoculares, un par de zapatillas Converse y la compañía de su madre, Vanne, se adentró en la selva de Gombe y pasó días enteros observando en silencio y anotando en una pequeña libreta cada ínfimo registro de los chimpancés. Era un sueño que tenía desde niña, cuando escuchaba historias como Doctor Dolittle y se enamoraba de Tarzán. En 1960, se convirtió en la primera mujer en lograrlo.

Entender el comportamiento de los chimpancés se convirtió en una obsesión que perduró por varias décadas hasta que, en un punto, sin dejar de lado el amor que tenía por aquellos primates, se transformó en una necesidad por llevar un mensaje de conciencia a lo largo del planeta.

Hoy Jane es quizás una de las mujeres más reconocidas en el mundo. No suele identificarse como científica, pero hizo aportes trascendentales a ella. Fue protagonista de decenas de documentales, ha hablado con las personas más poderosas del mundo, fue la primera mujer en doctorarse en Cambridge sin un título de grado, la nombraron mensajera de la paz de Naciones Unidas y hasta aparece en un capítulo de los Simpsons. A pesar de eso se concibe como “una persona que solo trabaja con gente joven y con animales”.

Su motor no solo surge de la empatía por los animales o por las plantas, sino que entiende que nosotros, los seres humanos, no podríamos vivir si no es por la biodiversidad que nos envuelve. “Debemos empezar a pensar en lo que necesitamos, no solo en lo que queremos”, opina Jane.

En la naturaleza

Una conferencia y un vuelo: estos sucesos fueron los que desencadenaron dentro de Jane una impetuosa necesidad de salir de la selva y adentrarse en el activismo. Cuando, a mediados de los 80, se enteró de que las selvas de África estaban desapareciendo, sus alarmas comenzaron a encenderse. No tenía certeza, pero imaginaba que su amada selva de Gombe estaba tan amenazada como el resto del continente, consignó el diario La Nación.

Tiempo después, en un sobrevuelo pudo ser testigo de que de aquellos extensos bosques que recorrió desde los 60, donde hizo descubrimientos trascendentales y nombró a todos los chimpancés que conoció, quedaban solo fragmentos. “No podía simplemente quedarme en Gombe llevando una vida idílica mirando a los chimpancés. Tenía que intentar hacer todo lo que pudiera”, confiesa en la conferencia que dio el jueves 15 de agosto pasado en la Embajada Británica.

Desde el 86 decidió cambiar las zapatillas Converse, la libreta de campo y los binoculares para tomar un micrófono en cada país que pudiese hablar con jóvenes, políticos y científicos sobre la posibilidad de evitar esto que, después se percató, no solo sucedía en África, sino en todo el planeta. Hoy, nuestra región sufre la misma crisis.

–¿Cuáles son las principales amenazas para el ambiente en la Argentina y Sudamérica?

–Las amenazas en la Argentina son en gran medida las mismas que las de casi todos los lugares. Estamos perdiendo especie tras especie de plantas y animales. Los hábitats están siendo continuamente fragmentados. También, hay contaminación, hay pobreza, la gente está destruyendo el ambiente. La gente quiere ganar dinero de alguna manera: talando los árboles, cultivando y vendiendo alimentos. Estamos destruyendo la atmósfera con CO2 y con el metano de todo el ganado. Estos son problemas que enfrentan África y Asia, así como la Argentina y América Latina. La cosa es que en todas partes todavía queda mucha belleza.

Goodall repitió una y otra vez en la rueda de prensa con el diario La Nación, que “aún hay una ventana de oportunidad”, que se puede seguir actuando. Aunque advierte que esta es “cada vez se hace más pequeña”.

–¿Qué piensa que necesitamos hacer?

–Es terriblemente importante que nos reunamos y salvemos a la Tierra, así como deberíamos restaurar lo que hemos perdido.

–En la Argentina vivimos una crisis económica severa y tanto este gobierno como los anteriores ven como el único camino al desarrollo, la explotación de los recursos naturales. ¿Hay un punto de consenso entre desarrollar y conservar?

–Es una pregunta que está siendo discutida por la gente que está en la cima de muchos países distintos, y es uno de los más grandes problemas. Mientras que los Monsantos del mundo insisten en que tenemos que tener la agricultura industrial para alimentar al mundo, estamos envenenando el suelo, y estamos perjudicando la biodiversidad con químicos. Además, pienso que antes había menos gente en el planeta. Hoy tenemos aproximadamente ocho mil millones de personas y estamos usando los recursos naturales demasiado rápido. Para 2050, se predice que habrá 10 mil millones.

–¿Qué deberíamos hacer?

–Tenemos que pensar en la población. Es un tema políticamente sensible y siempre me dicen que no debería hablar de eso, pero yo no sugiero nada trágico. Estoy hablando de una optimización voluntaria de la población. Pienso que estamos comenzando en algunos países a tener menos hijos. Además, tenemos que reducir la pobreza, y eso significa encontrar pequeños trabajos que la gente pueda hacer para poder sobrevivir en un contexto de una triple crisis global: la climática, la de contaminación y la de pérdida de biodiversidad.

–¿Y cómo atacar en ambos flancos?: pobreza humana y crisis planetaria

–Un ejemplo es lo que hemos hecho alrededor del Parque Nacional Gombe. En el 94 introducimos Tacare, [que fue un proyecto iniciado en Tanzania para la conservación de la selva, pero con un foco en las comunidades] en el que impulsamos el desarrollo económico, social y de salud, e introdujimos microcréditos, especialmente para las mujeres. Tienen que ser propuestas sostenibles para que nosotros podamos darles el dinero. Hoy estoy orgullosa de los resultados.

El poder de la juventud

Jane Goodall dio una inspiradora charla frente a casi 700 estudiantes de distintos colegios públicos y privados del Delta.

“Papá, me están diciendo que lo que estás haciendo está dañando el planeta. Eso no es cierto, ¿verdad, papá? Porque es mi planeta”. Aquella interpelación inocente fue como un misil directo al corazón del CEO de una empresa petrolera multinacional a quien Jane conoció en uno de sus viajes.

La naturalista sostiene casi como un mantra que cada persona puede marcar una diferencia significativa con pequeñas acciones diarias. Incluso aquella pequeña nena, que con solo 10 años logró poner en jaque a su padre e influenciarlo para modificar el rumbo de su compañía petrolera hacia un camino más ético y sostenible. “Si nos preocupamos por el futuro, tenemos que cambiar. Y muy a menudo la gente quiere un cambio, pero no sabe lo que puede hacer personalmente. Así que la clave es ayudar a todo el mundo a entender que cada uno de nosotros tiene un impacto cada día. Y colectivamente, millones de buenas decisiones, por pequeñas que sean, marcan una gran diferencia”, resalta.

El poder de la juventud es uno de los cuatro motivos que la conservacionista destaca para tener esperanza en el futuro, junto con la resiliencia de la naturaleza, el sorprendente intelecto humano y su indomable espíritu. Y, de hecho, al hablar de las nuevas generaciones su mirada parece adquirir un brillo especial.

Pero, ¿cómo motivar a los jóvenes que ven su mundo amenazado por decisiones de las generaciones pasadas? “Hemos comprometido su futuro, no hay duda. De hecho, durante mucho tiempo hemos estado robándolo y seguimos haciéndolo”, reconoce sin rodeos. Pero inmediatamente continúa con su respuesta y explica que parte de la solución se encuentra en pasar de la preocupación a la acción.

“El mundo es un desastre -dice-. No hay duda al respecto, pero, cuando los jóvenes se juntan en todo el mundo, como acabamos de hacerlo en el Castillo de Windsor con 30 representantes de 35 países, es simplemente mágico. Se fueron, hicieron nuevas amistades, tuvieron nuevas ideas. Se fueron listos para arremangarse y ponerse a trabajar, para tomar medidas, para hacer que el mundo sea un lugar mejor”.

“Creo que fui puesta en este planeta por una misión. Y ahora la misión es darle esperanza a la gente”

Se refiere precisamente al programa Raíces y Brotes -Roots and Shoots, en su idioma original-, la iniciativa ambiental, educativa y humanitaria que lidera la fundación que lleva su nombre en más de 70 países, incluido la Argentina. El primer grupo de este proyecto lo conformaron 12 jóvenes tanzanos que, en 1991, aquejados por las problemáticas ambientales que notaban en su comunidad, acudieron a la puerta de la casa de Jane en Dar es Salaam. Ella los inspiró a usar sus ideas para pasar a la acción.

Tres décadas después, gracias a Raíces y Brotes Goodall ha creado una red de acción que tiene presencia en cinco continentes, con más de 10.000 grupos en todo el mundo y que sobrepasa el millón y medio de jóvenes comprometidos con el impacto positivo en el ambiente y el bienestar de sus comunidades. “Nadie puede hacerlo solo, tenemos que juntarnos y unir fuerzas antes de que sea demasiado tarde”, advierte.

El nombre ‘Jane Goodall’ es un catalizador de la inspiración y la acción en gente de todas las edades. Durante su estadía en la Argentina, cerca de 700 niños y adolescentes de escuelas públicas y privadas del Delta se reunieron con Jane para mostrarle sus proyectos de conservación. Algunos se focalizaron en el reciclaje, otros en la plantación de especies nativas de flora, otros en la optimización de recursos y otros sobre la tenencia responsable de mascotas, publicó el diario La Nación.

En estado salvaje

Sus hallazgos sobre los chimpancés revolucionaron la manera en la que se comprendía al mundo animal hasta los años sesenta

En numerosas ocasiones la etóloga y conservacionista se muestra convencida de que las nuevas generaciones están a la altura del desafío que les toca enfrentar: adaptarse y mitigar el cambio climático. ¿Qué identifica a esta juventud y cómo se diferencia de las anteriores?

“Hay un gran número de jóvenes -dice- que saben mucho sobre lo que está pasando en el mundo porque es difícil evitar aprender sobre ello. Mientras que antes, la gente no hablaba del cambio climático, así que no había manera de que los jóvenes lo supieran. Ahora lo saben, les preocupa. Les preocupa la pérdida de biodiversidad. Algunos de ellos están realmente molestos por la forma en que estamos matando el suelo con venenos agrícolas y otras cosas. Ya no se puede evitar. Así que sí, los jóvenes están mucho más conscientes. Gracias a las redes sociales las nuevas generaciones están comenzando a darse cuenta cuánto daño se le ha hecho a este pobre planeta”.

La fotografía de Jane tomada de la mano de un pequeño chimpancé llamado Flint fue un antes y un después en su vida. Aquella imagen fue retratada por el fotógrafo de National Geographic, Hugo Van Lawick, alguien que algunos meses más tarde de su llegada a Gombe se convertiría en la pareja de Jane y padre de su único hijo, Grub. Quién hubiera imaginado, que tiempo después, ya publicada entre las páginas de la renombrada revista, esa escena convertiría a la joven etóloga británica en una de las más grandes influencers ambientalistas del siglo pasado.

Sin embargo, jamás se vio regida por la fama. Mantuvo siempre una identidad lejana a la solemnidad. A pesar de las conferencias y los encuentros con gente poderosa, Jane buscó entender el mundo para cuidarlo. Tal como hizo en Gombe, ella siempre se dedicó a observar. La mirada alimentaba esa curiosidad, que cultivó desde muy chica, como cuando a los dos años observaba a los gusanos de su jardín y se preguntaba cómo podían moverse sin tener piernas.

Observó también al chimpancé bautizado Barbagris durante meses y descubrió, antes que nadie en el mundo, que los humanos no éramos los únicos en usar herramientas. Que tanto chimpancés como otros animales sentían emociones y poseían cierto nivel de inteligencia, capacidades que hasta en ese entonces solo era reconocida para la raza humana. También observó que en las afueras de la selva de Gombe la gente no podría proteger a la naturaleza si no podían primero comer o tener algo tan sencillo como un techo y una buena salud, publicó el diario La Nación.

Cuando era joven y quería investigar algo, pasaba horas leyendo alguna enciclopedia. “Íbamos a la biblioteca y subíamos por los polvorientos estantes. Era una exploración. Ahora, simplemente presionas Google y obtienes la respuesta”, dice Jane.

El mundo parece girar más rápido, y detenerse a reflexionar es visto como una pérdida de tiempo. Las personas viven en el constante rapto de lo nuevo. “¿No va a afectar eso la forma en que la gente piensa, al obtener una respuesta inmediata sin ningún tipo de desafío? Me molesta mucho”, añade.

No reniega de la tecnología y reconoce que ha sido una herramienta fundamental para amplificar su mensaje, aunque la ve como un arma de doble filo: “Internet puede ser muy útil, la IA puede ayudar de muchas maneras, pero a la vez da miedo. Estaba leyendo algo esta mañana sobre gente que tiene su vida completamente arruinada por los mensajes de odio en redes sociales, me parece muy preocupante. Temo que pronto la gente no podrá usar su cerebro porque la IA lo hará por ellos”.

“Son las historias las que cambian a las personas”

–También en redes sociales ha proliferado el negacionismo climático, algo adoptado por varios políticos del momento ¿Qué opina sobre esto?

–¿Qué pienso sobre los negacionistas? Pienso que son estúpidos. Además, creo que hoy en día nadie puede negar que existe el cambio climático o los problemas ambientales. Hoy está de moda negar que los humanos tenemos que ver en ese problema. Y entiendo que hay personas en posiciones de mucho poder que piensan eso. Es fundamental ayudarlos a entender. Y la única forma en la que podemos hacerlo es contando una historia que le llegue a su corazón.

–¿A qué se refiere con historias?

–Son las historias las que cambian a las personas. Tal vez es una experiencia de vida o la de un pariente, pero si nos llega al corazón es algo que puede transformar todo. Tenemos que crear un mundo en el que la cabeza y el corazón trabajen en armonía. Así es como obtendremos el mundo que necesitamos.

–¿No descansará nunca?

–No. Porque, verás, tengo nietos y probablemente pronto tendré un bisnieto. Me importan los animales y los bosques. Y la única razón por la que sigo adelante es porque creo que fui puesta en este planeta con una misión. Y ahora mismo, la misión es dar esperanza a la gente.

–Si no tuviera esa misión, ¿hay alguna aventura que quisiera tener?

–Mi próxima gran aventura va a ser morir. Si hay algo después de la vida, no puedo pensar en una aventura mayor que descubrir qué es.