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Padre Jorge Almeida: “Todo encuentro y todo diálogo es buscar juntos”

Por Nahuel Maciel

El padre Jorge Almeida es el quinto de siete hijos (el cuarto entre los varones) del matrimonio conformado por don Manuel Almeida y Susana Jurado. “Yo doy testimonio que he vivido una infancia feliz”, dice a modo de presentación, pero también como un sello distintivo que lo acompaña en toda su vida.

En él hay dos fechas clave. La primera es su nacimiento y el calendario marca el 14 de octubre de 1953; y la segunda, cuando se ordenó sacerdote el 9 de diciembre de 1978.

Como cura ha tenido un extenso recorrido desde estar en el Seminario de la Abadía de Victoria hasta rector; luego vicario parroquial en la Catedral; más tarde el obispo lo designó rector del Seminario diocesano “María Madre de la Iglesia”; fue párroco de la Basílica “Inmaculada Concepción” de Concepción del Uruguay; estuvo tres años y medio colaborando en la diócesis de Venado Tuerto; luego regresó a la Parroquia San José de Gualeguay; finalmente el obispo Héctor Zordán lo eligió como Vicario General de la diócesis y esa tarea lo obligó a instalarse en Gualeguaychú, donde es párroco en Cristo Rey, de modo de estar cerca del obispo.

La entrevista que sigue se realizó en la mañana del martes 21 de mayo de 2023. El día previo, estuvo en el río Uruguay pescando desde las 10 hasta las 3 de la tarde y sacó dos pejerreyes, según confesó. “Lo que uno hace en la niñez te marca para toda la vida, los gustos, los sabores. Soy de Racing igual que papá, me gusta pescar, me gusta el monte, el río”, dirá para dar cuenta de los diversos caminos que llevan a momentos de felicidad y para señalar a los escenarios que de algún modo son su “cable a tierra”.

En el diálogo que sigue a continuación comparte cómo decidió su vocación, reflexiona sobre los desafíos de los tiempos actuales y recrea la esperanza en la construcción de la cultura del encuentro, aprendiendo en la diversidad. “El diálogo es el encuentro de dos almas con un fin trascendente”, recordará esa frase aprendida en la infancia.

En 2023 el país celebró los 40 años de la democracia, un período que para el padre Almeida no es indiferente, todo lo contrario. Como sacerdote aporta la formación familiar del respeto absoluto a los pueblos indios, y contará que explorando los cerros aprendió –junto a su padre y sus hermanos- que la naturaleza también es un templo. De algún modo confirma a cada instante lo vivido en esa infancia, aunque ya hayan pasado 70 años de vida.

Él enseña que “todo encuentro y todo diálogo es buscar juntos, aunque haya distintas maneras de ver la realidad”. Al padre Almeida se lo reconoce por ser un hombre feliz y se lo conoce por ser una buena persona.

ALMEIDA-2 Padre Jorge Almeida: “Todo encuentro y todo diálogo es buscar juntos”
Almeida y los 40 años de democracia: “Yo lo vivo con mucho entusiasmo. De algún modo la sufrí en su gestación, la parí y me alegro todos los días con ella”.

-Referenció que tuvo una infancia feliz.

-Así es. No solo en mi casa, donde también teníamos las peleas entre hermanos. Siempre digo que en mi infancia aprendí a pelearme, es decir, a defenderme; pero, también a reconciliarme antes de irse a dormir. Había que darse la mano, saludarse… claro que era difícil. Los que hemos vivido en una familia numerosa, sin darnos cuenta nos socializamos mucho más fácilmente.

-Además se aprender a compartir, porque generalmente se “hereda” la ropa del hermano mayor, por ejemplo.

-Por supuesto. ¿Cuándo iba a tener una ropa nueva? Las recibía de los primos y de los hermanos mayores. Pero, también nos peleábamos por los lugares a ocupar en el auto, especialmente para elegir “ventanilla”. Por eso, se aprende a compartir, a perdonar, pero también a disfrutar en el juego. Yo ingresé al Seminario Menor de muy chico, ahí conocí a 40-45 hermanos nuevos. He vivido una infancia llena de aventuras que me ayudó a desarrollarme intelectualmente. No sólo con mi padre, que era un genio, lo admirábamos y lo seguíamos en el monte o tras la pesca; y él era un maestro. Yo aprendí muchas cosas del modo de ser de mi padre. Por eso también soy una enamorado del método del Scout, que es una educación no sistemática sino a través del juego, al aire libre y ocasional. Por eso digo que aprendí más en “la escuela de papá” y en la de José María Mettler que fue el sacerdote que me acompañó en la infancia y en la adolescencia. Compartiendo un mate, y en la charla eran dos grandes maestros. Además, me enseñaron a leer mucho. Leía mucho y llenaba mi cabeza de aventuras. En la cultura de hoy los chicos se están perdiendo la lectura. Pareciera que tienen todo hecho, no reniego de los medios que son maravillosos; pero la lectura ejercita la imaginación y desarrolla la creatividad.

 – ¡Qué paradoja! Porque en la era de las comunicaciones, cuando la humanidad vive como nunca la posibilidad de estar comunicada; uno de los males de la sociedad, es la incomunicación.

-Es el precio de la dificultad, porque también hay que reconocer que un nene de pocos años maneja el teléfono celular mucho mejor que nosotros que, en mi caso, voy a cumplir 70 años. Conozco algunas familias que están haciendo un gran esfuerzo para que durante esos 45-60 minutos que se comparte un almuerzo, no se lo utilice en la mesa familiar. Lo que antes era el televisor, ahora es el celular; pero lo peor que ahora cada uno tiene su propia “pantalla”. Y la pantalla puede iluminar la cara, pero no siempre iluminará a mi hermano, porque casi siempre nos aísla de ese hermano.

-Iba a decir algo cuando lo interrumpí…

-Sí, que no hay que ser quejosos. Mi sacerdocio está marcado en los últimos tiempos por ser portavoz de buenas noticias. No hay que quedarse criticando todo lo que se ve alrededor, llorando todo el tiempo y sin hacer nada. Hay que rescatar lo positivo, ser portavoz de buenas noticias.

– ¿La vocación por el sacerdocio cómo le nació? Teniendo en cuenta que su padre tenía un amor y un compromiso muy sólido con la ciencia, que incluso hasta el día de hoy se admiran sus métodos de registros arqueológicos…

-A los 8 años dije que quería ser cura y nunca más dudé de que Dios me llamaba. Sé que esto es difícil que lo entienda alguien que no tiene fe. Pero, estoy convencido de que es cosa de Dios. A mí no se me ocurrió ser cura, nunca lo había pensado. Al contrario, a los 7 años para vergüenza de mis hermanos, de mis padres y sobre todo de mi abuela que era una santa mujer, me hicieron repetir toda la Catequesis. Me tomaron examen el padre Jorge Metz y la “Tota” Martínez que era mi catequista. Ambos me tomaron examen de las 99 preguntas… y en esa época estaba naciendo mi hermano más chico, mi mamá estaba internada; entonces no iba a catequesis, no estudié, me “bocharon”, es decir, repetí Catequesis.

-Y al poco tiempo manifestó que quería ser sacerdote.

-Así es. ¿Debería haber sido un resentido, enojado con los curas y los catequistas? De ninguna manera…

-Se quedó pensando…

-Es muy simple. Había fallecido “Reynaldito”, el hijo de Aída Duré, quien se había ahogado en el río y tenía mi edad. Su madre era íntima amiga de mi mamá. Al mes, estando cenando en casa, mamá nos pregunta quién la iba a acompañar mañana a misa porque se conmemoraba un mes “de los de Reynaldito”. Todos nos peleábamos para no levantar la vista, porque un solo gesto nos hubiera tomado como “voluntario” para ir a misa. La misa era a las 6:30 de la mañana. Y, como siempre, cuando nadie se ofrecía, intervenía mi padre y dijo: “Andá vos, Jorge, que Reynaldo tenía tu edad”. Yo tenía 8 años. La misa se hacía en el antiguo Seminario Menor, donde hoy funciona el Pío XII, Primera Junta 75, ahí había una Capilla muy pequeña; 30-35-40 seminaristas menores de 10 a 12 años rezando y cantando; y nosotros por una ventana –porque no entrábamos en la Capilla-. Y participé de esa misa, tenía 8 años. Y a mí me impactó cómo cantaban y rezaban; tanto que cuando salimos de misa le dije a mi mamá: “Yo quiero venir acá. Yo quiero ser como esos niños”. Así, el testimonio de la oración y del canto me impactó en mi infancia. Y mi mamá me aclaró que ahí estudiaban los que querían ser curas. Bueno, yo quiero ser cura… ni sabía de qué se trataba. Me dijo que se lo dijera a papá, se lo comenté. Recuerdo que le dije: “Papá, yo quiero ir a allá”. ¿Adónde? Preguntó mi padre. Entonces, mi mamá le recordó que habíamos ido a misa al Seminario Menor. Y mi padre me aconsejó que se lo dijera a un amigo suyo que venía en moto y que era el padre Mettler –íntimo amigo de la infancia de papá-. A los dos o tres llegó nos visitó el padre Mettler y le dije que quería ir allá. Claro, que ahí comenzó todo un proceso. Es como un enamoramiento el llamado de Dios y después hay que madurar la respuesta y sostenerlo todos los días. Incluso antes del diaconado estuve medio enamorado de una chica, ni se enteró ella; pero yo sabía que la procesión me iba por dentro. Tuve que discernir, saber que si Dios me llama a algo debo ser coherente: o soy sacerdote o tengo una vida matrimonial. Son opciones de vida que se resuelven con un lento discernimiento, que implica pensar mucho, donde se pasa por el llanto, la duda y distintas emociones.

-Ese proceso se hace en soledad o tiene apoyaturas.

-Antes se llamaba Dirección Espiritual. Hoy la Iglesia ya no lo llama de esa manera, porque entendemos que nadie puede ser dirigido. En todo caso, es un acompañamiento espiritual, cuya confianza permite pensar en voz alta. Para eso, espiritualmente se mira la vida. Y en ese diálogo con un hermano mayor en la fe, él nos pregunta en vez de darnos respuestas. Jesús siempre preguntaba antes de dar respuestas. Y Dios en mi vida me interroga de manera permanente; no yo a él. Y uno encuentra respuestas en las preguntas grandes de la vida.

-Se acuerda del día que se ordenó sacerdote.

-Por supuesto. Fue el 9 de diciembre de 1978 en la Catedral. Nos ordenamos tres sacerdotes: Abel Benedetti, Rubén Darío “Rubito” Melchiori y yo. En esa época decíamos “el año de los tres”. Era el año de los tres goles a Holanda en la final del ´78; el año de los tres papas: había fallecido Pablo VI, fue sucedido por Juan Pablo I y falleció casi al mes y fue sucedido por Juan Pablo II. “Y año de los tres curas mejores de la diócesis”. Nací el 14 de octubre de 1953 y celebro las dos fechas: en una más bien doy gracias por mi primera vocación que es a la vida y después la vocación dentro de la Iglesia para servir como sacerdote.

-No todas las diócesis tienen seminario; lo que implica una valoración para la comunidad en general porque suma una institución educativa, pero también una casa de formación para una vocación que es de servicio.

-Así es. Es un esfuerzo grande, porque hay que formar a un cuerpo de profesores. Y es valioso también porque además del sacerdocio, está el diaconado permanente. Y la Escuela de Diaconado permanente, contando con un Seminario, se hace más fácil porque ya se cuenta con el cuerpo de profesores que están formando a los futuros sacerdotes y del mismo modo, forman a los candidatos de los que son llamados a ser diáconos permanentes. Se trata de una institución educativa de nivel terciario con todas sus complejidades. Pero, sin duda, que es una riqueza para una comunidad.

-Además, formar sacerdotes en el territorio tiene su valor agregado.

-Por supuesto. Por eso, nosotros planteábamos que los grandes Seminarios que existen en Buenos Aires, Paraná, Rosario, Córdoba, reciben a los que provienen de algunas diócesis más pequeñas, pero su formación está orientada para ser sacerdotes en una gran metrópolis, con lo positivo y negativo que tiene eso. No desconozco, sino que valoro que esos seminarios al estar en una gran ciudad, también permiten acceder de manera más fácil e incluso variada a una mayor capacitación e incluso participación de hechos culturales o artísticos. Pero, que una diócesis cuente con su propio Seminario es una gran oportunidad en la formación de los sacerdotes, por ese conocimiento del territorio en particular.

-Entre sus servicios dentro de la Iglesia, tuvo una actuación fuera de la diócesis.

-El obispo de Venado Tuerto había pedido ayuda a los obispos del Litoral y manifestó que necesitaba de la colaboración de algún cura porque tenía algunos problemas en la diócesis y debía organizar y formar a los organismos diocesanos. Entonces, monseñor Jorge Lozano me llamó aparte una vez que estábamos reunidos y me aclara que no me mandaba ni me ordenaba, sino que me sugería algo; porque había un hermano obispo que necesitaba esa ayuda especial y me invitó a que pensara si Dios no me llamaba para esa ocasión. Me reiteró que no me ordenaba ni me lo pedía, porque tenía que ser una decisión personal. Sí me dijo que tenía seis meses para pensarlo; porque implicaba ir tres años para hacer lo que había hecho, de algún modo, en la diócesis de Gualeguaychú desde el Seminario, desde el Consejo Pastoral que habíamos organizado una Asamblea Diocesana. También me indicó que había que ayudar a crear el Consejo Presbiteral, el Consejo Pastoral, todo lo que era colegios o instancias de consultores. Y todo eso, sabiendo que la Iglesia sigue siendo vertical, es cosa de Dios, pero está lo que se llama la Sinodalidad (Nota de la Redacción: la Sinodalidad significa caminar juntos como Pueblo de Dios. Indica una manera de escuchar a cada persona individualmente como miembro de la Iglesia para entender cómo Dios podría estar hablándoles a todos), el caminar juntos y tanto el Papa, el obispo como el párroco tienen la obligación de consultar. El Papa a sus obispos y cardenales; el obispo a sus sacerdotes y laicos; y los párrocos a un consejo de laicos y un consejo económico. Es decir, no se toman decisiones de manera aislada. Bueno, la idea era colaborar con la diócesis de Venado Tuerto en la creación de todos esos organismos de consultas.

La democracia y la sinodalidad

-Puede profundizar esto de la Sinodalidad.

-Es muy linda una fórmula matemática que se utiliza para comprender mejor ese concepto: todos opinamos, todos participamos, todos hablamos, todos sugerimos, todos criticamos para mejorar o positivamente; algunos disciernen y uno decide. Pero, ese que decide sea Papa, obispo o párroco tiene obligación de escuchar a todos y hacer discernimiento con un grupo no elegido por él. Por ejemplo, en el Consejo Presbiteral votamos a los hermanos sacerdotes, que es como un “senado” del obispo. Así, el obispo cada vez que debe tomar una decisión, todos los meses nos reunimos y lo acompañamos en su decisión.

-De algún modo se plasma aquello que todos son Iglesia.

-Sí. De algún modo la Iglesia también va acompañando el desarrollo de la propia humanidad. Por ejemplo, en la Edad Media no existía esto. La autoridad del Papa, del obispo o del padre de familia era “porque ellos lo decían”.

-Va a cumplir 70 años. Su generación como pocos ha vivido –y valorado- estos 40 años de democracia.

-Yo lo vivo con mucho entusiasmo. De algún modo la sufrí en su gestación, la parí y me alegro todos los días con ella.

-A pesar de estos 40 años, en este contexto de época pareciera que no hay tolerancia para el que piensa distinto y lo que prevalece es la descalificación, el insulto, la agresión; pero no el intercambio de pareceres, el diálogo, la cultura del encuentro. No pasa en la política solamente. Es como si se hubiera perdido o debilitado “el espíritu sinodal”.

-La Iglesia hace tiempo que lo dice y por ahí cada tanto tiene más vigencia, es que lo que está minando la cultura o el estilo de vida que llevamos adelante, precisamente es el subjetivismo y el relativismo. El subjetivismo sería: vos tenés tu verdad y yo tengo la mía. Cuando hay subjetivismo y no hay principios y valores se vive en un tembladeral. Y eso nos lleva al relativismo, donde no hay nada absoluto, todo es relativo. Entonces, no digas siempre, no digas nunca y esa actitud no permite afianzar la confianza.

-De ahí la importancia del diálogo para vivir la cultura del encuentro; el ser tolerante y el vivir la diversidad para la unidad en la pluralidad y no para marginar o expulsar al otro.

-Cuando era niño, recuerdo que un pastor evangélico de Gualeguaychú decía: “El diálogo es el encuentro de dos almas con un fin trascendente”. De niño me quedó esa definición. Lo voy a repetir: “El diálogo es el encuentro de dos almas con un fin trascendente”, porque buscamos la trascendencia y la verdad. Todo encuentro y todo diálogo es buscar juntos, aunque haya distintas maneras de ver la realidad; pero es necesario ponerse de acuerdo en algo para “tirar parejo” y no que cada uno haga lo que se le antoje. Por eso reflexiono que también hay un descreimiento de la dirigencia, donde me incluyo como sacerdote, claro está. No afirmo de ninguna manera que todos son deshonestos.

-Eso está claro, porque hay excepciones; mejor dicho, la excepción la generan quienes traicionan la confianza depositada en ellos.

-De ahí la importancia de saber elegir la vocación. Por eso la vocación es, de algún modo, un servicio hacia los demás. Donde cada uno tiene que cumplir un servicio distinto. Y así como hay múltiples maneras de ejercer ese servicio de la vocación, hay que tener en cuenta algo: así como hablamos del subjetivismo y del relativismo, hay un tercer componente que es la idolatría del dinero. Es decir, si solo cale el trabajar en algo que nos reditúe dinero, entonces “yo le erré al vizcachazo” y me deberán perdonar.

-Encima con voto de pobreza…

-Sí. Y como estoy seguro de mi vocación, lo vivo con alegría y con dignidad. He escuchado conversaciones de jóvenes de 26-27 años, recién terminado los estudios de Medicina; eran dos chicas me acuerdo y cuando les pregunté qué especialidad irían a elegir, la respuesta fue que estaban viendo porque la que “más factura” es tal o cual. Es decir, estaban decidiendo la especialidad de su profesión no por su inclinación vocacional sino por su interés material.

-Hay una percepción en Entre Ríos y especialmente en Gualeguaychú que la comunidad se ha desarrollado porque ha sido tolerante con las distintas culturas. El aporte de la inmigración. Es como el ser uno en la diferencia. Y, sin embargo, la falta del ejercicio del diálogo hoy se percibe la intolerancia en vez de la diversidad.

-Por la formación que recibí de mi padre me duele que nuestra sociedad conformada por inmigrantes, donde muchos de ellos llegaron huyendo de la guerra y del hambre; son los que más discriminan a nuestros aborígenes y a veces hasta son despectivos con ellos. Recuerdo que uno de mis grandes retos que me ligué a mis 7-8 años, había golpeado a mi hermano y mi papá me pregunté qué había hecho. Le dije que me perdonara porque “me había salido el indio de adentro”. Entonces, me reprendió y me dijo que quién me había dicho que el indio es violento o es malo. Y me aconsejó que nunca más utilice esa expresión. Y me explicó que quién era más violento: si aquel que defiende a su tierra, su pan y su familia o el otro que viene a conquistarlo para quitarle su tierra, su pan y su familia. Muchas veces aquel que es cristiano y expulsó a nuestros aborígenes tiene más culpa que el aborigen que se defendió de una agresión extranjera. Y esa lección nunca más la olvidé. Soy consciente que estoy diciendo algo que puede escandalizar y no faltará quien me señale “por indigenista”. A ellos les digo que soy cristiano. Lamentablemente, la discriminación es algo generalizado. Los niños se discriminan por gordos, flacos o por cualquier situación. Cuando más estamos creciendo en universalidad, en la comprensión caemos en eso tan básico que es el no valorarnos por lo que somos en nuestra dignidad humana. Por eso es tan linda mi fe. San Pablo dice. Después de Cristo no hay mujer, varón, persona libre, esclavo, lindo, feo porque todos somos hijos de Dios. Recuerdo que cuando vino a la Argentina Juan Pablo II, yo tenía menos de 30 años y los jóvenes de Argentina tuvieron ocasión de formularle una serie de preguntas. En ese entonces se eligieron diez de entre miles y la segunda que le formularon fue para preguntarle cuál creía que era el problema más grande de la humanidad. La mayoría esperaba como respuesta que dijera el hambre, la guerra y él respondió: que estamos perdiendo la consciencia de un Dios padre por el cual todos somos iguales porque todos hijos y por lo tanto hermanos. Si perdemos esa realidad de que tenemos un Padre en común, nos vamos a empezar a devorarnos y a destruirnos entre nosotros y es lo que muchas veces ocurre.

-Está por cumplir 70 años de vida y 45 de sacerdocio. En estas siete décadas se puede decir que la humanidad ha avanzado como nunca antes en toda su historia.

-Así es. Incluso, en lo específico que me toca y que es el sacerdocio, en la década del ´60 el Concilio Vaticano II hizo una síntesis muy linda que recién ahora la estamos gozando con mayor plenitud y con el Papa Francisco. Y esto es así, porque muchas cosas o cambios llevan como mínimo 50 años para concretarse o madurarse. Fue la primera vez que la Iglesia se reúne en un Concilio, donde más de tres mil obispos dijeron que debemos dejar de condenar al mundo de hoy porque nadie nos hace caso. Antes la Iglesia se reunía y decía “sea condenado aquel que…”; “sea condenado quien no…”. Entonces, en vez de enojarnos con el mundo, los obispos se preguntaron: ¿Iglesia cómo servir mejor a este mundo? Y entonces descubrimos que el camino que Jesús nos pide es la persona. Y la Iglesia se fue volviendo experta en humanidad. Créanme que cada diez personas que me buscan hoy cada día de mi vida, solo una se viene a confesar o viene a hablar de Dios; nueve me buscan porque están con adicciones, están enfermas, porque están destruyendo el matrimonio o están atravesando alguna crisis. Es decir, los curas y las parroquias estamos continuamente haciendo un sostén de la sociedad en sus necesidades, en sus angustias, pecados y depresiones. En 1965 la Iglesia se lo planteó y los documentos de la Iglesia hacen una síntesis de cómo servir a las personas, cómo adaptarnos al mundo. Y ese cambio fue incluso hasta en la Liturgia: se dejó de hacer la misa en latín y de espalda a la feligresía. Hoy los curas somos más personas del hoy y servidores. “Pase usted primero, padre”, de ninguna manera. No hablo de esa falsa dignidad. Yo hago la fila como cualquier otro. Que me den el ligar porque tengo 70 años y me ven como viejo, tal vez lo acepto; pero por ser cura, debo ir al último lugar. Soy el servidor. Otra cosa le voy a decir. Eso quedó claro en la teoría, en el libro, porque nos costó 50 años decir no al cura autoritario, que aprendamos a ser servidores y con capacidad de escucha y luego aprender a tener discernimiento. Y esto que podemos señalar como una síntesis de la democracia, también lo hemos vivido dentro de la Iglesia; porque la Iglesia va acompañando los procesos humanos, porque es de este mundo. Por eso no soy nadie para retar. Recuerdo a un santo cura que no lo nombraré para no escandalizar, decía que “si no se convierten se retorcerán en el fuego del infierno”. Y yo le tenía miedo a ese cura, porque en vez de enseñar, me retaba. Nosotros estamos para alentar a la gente, no para retarla. Estamos para anunciarles con alegría el Evangelio. Algunos pueden pensar de manera negativa y sostener que el mundo está cada vez peor. Creo que, a pesar de la tristeza, de la pobreza de la inseguridad, de la injusticia, de la violencia y de la maldad, también hay una cultura que va creciendo en la dignidad y respeto de las personas. No estoy diciendo aceptar todo, sino respetar las diferencias. El Papa habla de la unidad en la diversidad que enriquece, porque lo distinto nos enriquece. Y claro que me duele el pecado de mi gente, me duele mi Patria. Hay que aceptar que todas las cosas tienen un proceso. En el libro “El Principito”, el Zorro le decía al Principito que los hombres se han puesto tan ansiosos que compran todo hecho y buscan la amistad en los escaparates de los supermercados. Están perdiendo la amistad porque no encuentran amigos hechos; no tienen tiempo por la ansiedad. Creo que el perdón, el compromiso, el estudio, el enamoramiento, las vocaciones son procesos largos y por eso no hay que ponerse ansiosos; hay que hacer un camino de crecimiento para que fructifique con el tiempo.

Esta entrevista fue publicada el 25 de mayo de 2023 en el diario El Argentino.

https://www.diarioelargentino.com.ar/ciudad/todo-encuentro-y-todo-dialogo-es-buscar-juntos-aunque-haya-distintas-maneras-de-ver-la-realidad